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NUEVA YORK (AP) — Por un momento, dio la sensación de que el ataque que estremeció a Estados Unidos había unido al pueblo norteamericano.

Tras los ataques del 11 de septiembre del 2001 surgieron indicios de que los estadounidenses dejaban de lado sus diferencias: en las casas asomaron banderas de la noche a la mañana y en las escaleras del Capitolio los legisladores de ambos partidos cantaron juntos “God Bless America”, un verdadero himno patriótico.

Esa cohesión es un lejano recuerdo al cumplirse el domingo el 15to aniversario de los ataques. La encuesta que lleva a cabo Gallup desde hace 15 años revela que el orgullo nacional de los estadounidenses está en su nivel más bajo desde entonces. El país está muy dividido y abundan las discusiones sobre raza, inmigración, seguridad nacional, política y el desempeño de la policía que terminan con portazos.

Jon Hile pensó que podría ayudar en la limpieza de la “zona cero” porque tenía experiencia en el control de la contaminación industrial. Viajó desde Louisville, Kentucky, para trabajar como voluntario y la experiencia le cambió la vida. Regresó a su ciudad y comenzó a trabajar como bombero.

Hile, quien hoy dirige una empresa de control de riesgos, dice que fue una época de sentimiento comunal, en el que “todos comprendieron lo rápido que pueden cambiar las cosas, lo rápido que uno se puede sentir vulnerable”.

Una década y media después, observa una nación en la que los problemas económicos han hecho que la gente piense solo en sí misma.

“Ojalá todos se acordasen de cuando decíamos ‘nunca olvidaremos”’, expresó.

El terrorismo no era una preocupación grande para los estadounidenses a comienzos del 2001, pero una encuesta de Gallup de entonces indicó que solo el 43% de la población estaba contenta con el estado de cosas.

En menos de dos horas, el país perdió casi 3.000 personas el 11 de septiembre, así como dos de sus edificios más altos y la sensación de invulnerabilidad. El estupor, el miedo y la pena generaron la sensación de que se estaban recuperando algunas cosas importantes, como la identidad y el compromiso con una nación indivisible.

Se agotaron las banderas en los negocios. De costa a costa, los estadounidenses encendieron velas y rezaron en vigilias, donaron sangre y miles de millones de dólares, alentaron a los bomberos y la policía. Mucha gente que se enroló en las fuerzas armadas dijo que se sentía impulsada por los ataques.

El Congreso ignoró las diferencias partidarias y aprobó una iniciativa antiterrorista y de ayuda a las víctimas de 40.000 millones de dólares. Los índices de aprobación de los legisladores y del congreso alcanzaron niveles históricos. Se emitió una estampilla que proclamaba “Estamos Unidos” y los estadunidenses parecían de acuerdo: una encuesta de Newsweek indicó que el 79% de la población opinaba que el 11/9 haría que el país se sintiese más fuerte y unificado.

“La gente se jugó por el país. Me sentí muy orgulloso de eso”, recuerda María Medrano-Nehls, ex empleada de una biblioteca estatal en Lincoln, Nebraska, hoy jubilada. Su sobrina, a quien crió, la sargento de la Guardia Nacional Linda Tarango-Griess, murió al estallar una bomba en una carretera de Irak en el 2004.

Ahora, Medrano-Nehls piensa que las guerras de Irak y Afganistán y la belicosidad entre los partidos están dividiendo a los estadounidenses.

Larry Brook tiene vívida en la memoria la vigilia entre distintas religiones que hubo en un anfiteatro de Pelham, Alabama, después de los ataques del 11/9.

Ahora “no estamos ni siquiera cerca” de esa solidaridad, manifestó Brook, quien publica la revista Southern Jewish Life. Para él, la intransigencia política y las peleas en torno a la política hacia el Medio Oriente impiden que se forme un consenso en torno a posturas intermedias.

Tres días después del 11/9 Joseph Esposito se encontraba en una zona cero todavía humeante cuando el presidente republicano George W. Bush tomó un megáfono y prometió que los atacantes “pronto escucharán de nosotros”. Ese momento fue emblemático de la determinación de los Estados Unidos y Esposito, por entonces un alto funcionario del departamento de policía de Nueva York, se sorprendió de “la camaradería y la unidad” que hubo en esos días.

Recuerda el apoyo que recibió la policía y lo mucho que habían cambiado las cosas para cuando llegaron las protestas de Occupy Wall Street en el 2011, cuando la policía detuvo a cientos de manifestantes, muchos de los cuales se quejaban de que las autoridades los hostigaban y detenían injustamente. Esposito es hoy comisionado de emergencias y observa el surgimiento de un movimiento de protesta generado por la matanza de numerosos negros desarmados por parte de agentes blancos, así como los asesinatos de varios policías en supuestos actos de venganza.

La primera represalia por el ataque del 11/9 llegó apenas cuatro días después, cuando Balbir Singh Sodhi murió baleado en su gasolinera de Mesa Arizona. Sodhi era un inmigrante indio sij y los fiscales dijeron que el agresor lo confundió con un musulmán árabe.

Esa misma noche cientos de personas se congregaron en una muestra de solidaridad y un hermano de la víctima, Rana Singh Sodhi, de Gilbert, Arizona, dijo que imperó “una gran unidad”. En los dos últimos años, sin embargo, Rana percibe “un retorno del odio” y opina que algunos políticos alientan la animosidad hacia las minorías de inmigrantes.

Lo mismo piensa el imán Abdur-Rahim Ali, un afroamericano que estima que los musulmanes y los negros están siendo blanco de ataques “incendiarios y divisivos”.

“No podemos hacer de cuenta que no ha habido racismo en todo esto”, se lamenta.