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CIUDAD DE MÉXICO (AP) – En una calle, los equipos de búsqueda se abren paso entre los escombros de un edificio colapsado en un último esfuerzo por encontrar a alguien con vida mientras familiares se cobijan bajo improvisados campamentos sumidos en la angustia. En otra, lo único que queda de una fábrica es una explanada de cemento lleno de ofrendas y flores. Más allá hay edificios con grietas a los que muchos temen volver a entrar. 

A una semana del terremoto de 7,1 grados que sacudió el centro del país, la normalidad está lejos de llegar a las zonas más afectadas de Ciudad de México, donde 186 personas murieron (la cifra total de muertos ya asciende a 326), 38 edificios colapsaron, casi cuatro mil están seriamente dañados y alguno podría sufrir derrumbes, como le ocurrió el domingo a la iglesia Nuestra Señora de los Ángeles, donde la cúpula se partió en dos sin herir a nadie. 

Miles de personas no pueden volver a sus casas y cientos de niños no tienen escuela porque se están revisando todos los centros para garantizar que son seguros. Siete de ellos están entre las construcciones que podrían derrumbarse, según el jefe de gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera. 

El secretario de Educación, Aurelio Nuño, dijo el lunes por la tarde que de las 9.000 escuelas de la ciudad 676 ya cuentan con un dictamen de seguridad estructural y podrían operar el martes pero de éstas no lo harán las ubicadas en las seis delegaciones más afectadas para no entorpecer los trabajos de rescate, desescombro o reparación que se llevan a cabo. 

Vecinos nerviosos continuaban el lunes llamando a los teléfonos de emergencias al ver grietas nuevas o que se agrandaban en sus casas u oficinas. 

El alcalde cifró en 360 los edificios en “nivel rojo” que tendrían que ser demolidos o sometidos a obras estructurales. Otros 1.136 eran reparables y 8.030 de las construcciones revisadas dañadas eran habitables. 

El miedo, sin embargo, supera estas explicaciones. En varios puntos de la ciudad, algunos trabajadores se agolpaban fuera de sus lugares de trabajo. Temían que se les cayera sobre sus cabezas. 

“Tememos por nuestra seguridad”, dijo Maribel Martínez Ramírez, empleada de una agencia oficial que, junto a una docena de compañeros, se negaban a entrar en la oficina porque decía que el edificio estaba torcido y otros similares que habían sido revisados, se habían caído días después del sismo. 

Mientras tanto, las operaciones de rescate seguían activas en al menos tres puntos de la capital –dos edificios de departamentos y uno de oficinas– pero la esperanza de encontrar a alguien con vida disminuye hora a hora. 

En el bloque de oficinas de siete alturas de la colonia Roma Norte que al colapsar atrapó a más de 40 personas, las familias pasaron el lunes sumidas una terrible desesperación ante la falta de noticias. Sólo les animaba saber que los equipos de rescate seguían trabajando pero el campamento era un cúmulo de tensión, ida y venida de voluntarios, y caras angustiadas. 

El capitán Juan Carlos Peñas, al mando del equipo de rescate español en ese lugar, explicó que avanzan “muy lentos” por la inestabilidad de la estructura y por eso optaron por cambiar de estrategia. Después de intentar entrar por arriba a la zona donde creen puede haber algún superviviente, optaron por trabajar desde abajo y accedieron a “un pequeñísimo hueco entre los pisos 2 y 3” por el que se introdujo una cámara aunque sin obtener resultados. 

Varían su estrategia según lo que se van encontrando porque el rescate es arriesgado y una carrera contra reloj que las familias cada vez sufren más. 

Los cercanos a Adrián Moreno, un joven de 26 años atrapado en esa construcción estaban desbordados por las emociones. El cansancio se ve en los rostros de todos que ahora esperan resguardados bajo plásticos, lonas y una pancarta donde se puede leer “Adrián eres un guerrero, tu familia, tus amigos y Darío te estamos esperando”. 

Hugo Luna tenía sentimientos encontrados. Todavía celebraba que su tía lograra salir con vida antes de que el edificio se derrumbara. “No le pasó nada pero ahora tiene ataques de pánico, abres la puerta, oye un ruido y se espanta”. Sin embargo, su prima Erika Gabriela Albarrán sigue entre los escombros. 

Luna se quejaba el domingo de la falta de información oficial y de que no informen cuando rescatan algún cadáver que poco a poco van sacando del lugar sin confirmaciones claras y por zonas lejanas a los ojos del público. 

“Hay mucha desconfianza hacia las autoridades”, indicó. 

De hecho, la psicóloga social Mariana Castilla, que estaba de voluntaria, decía que uno de los problemas que estaba dañando a las familias era la falta de información clara y la proliferación de rumores. 

La tensión estalló el lunes por la noche cuando varios familiares denunciaron que estaban sacando cadáveres del edificio y trasladándolos a la morgue sin informar a los familiares, y pidieron tanto al presidente como al alcalde de la ciudad que den la cara u ofrezcan explicaciones. 

“¿Que nos están ocultando?”, preguntaba ante la prensa Javier Saucedo, padre de Ángel Javier Saucedo, uno de los jóvenes atrapados. 

“¿Por qué nos están haciendo esto? ¿Por qué nuestro propio gobierno juega con el dolor de las familias? Lo que están haciendo no se vale”. 

La Marina mexicana dijo que recuperó 102 cuerpos y que rescató a 115 personas de distintos inmuebles caídos pero los datos surgen a cuentagotas y a veces con datos distintos según el departamento. 

En un país con más de 30.000 desaparecidos, donde la corrupción rampa a sus anchas, los ciudadanos desconfían de sus gobernantes y más al considerar que nunca hubo una cifra oficial de muertos en el terremoto de 1985. Por eso también es comprensible que los afectados quieran tener un cuerpo que identificar o que vecinos de algunos enclaves acudan a los tribunales para impedir que la maquinaria pesada para desescombrar opere antes de estar completamente seguros que no queda nadie debajo de los cascotes. 

Pasado el impacto de los primeros días pero con la tensión y las emociones de todos los capitalinos a flor de piel cada vez surgen más críticas a las autoridades por no haber aprendido de la experiencia del 85. 

“Hubo mucho desorden”, dijo el profesor británico Ian Howarth, vecino del cosmopolita barrio de La Condesa y vive junto a una casa que colapsó. “Hubo tres personas atrapadas ahí, yo escuchaba a una mujer pidiendo ayuda pero los militares no permitían pasar a los voluntarios y hasta la tarde del jueves no empezó la operación de rescate”, denunció. 

El lunes, sin embargo, algunos intentaron regresar al trabajo como Edgar Novoa, un preparador físico que desde el sismo estuvo ayudando como voluntario. A mediodía, el joven sacó un rato para visitar la pequeña explanada junto a su casa donde antes había un edificio varias plantas. 

Novoa bajó de su bici, se arrodilló y con las manos tocando la tierra que había temblado hace casi una semana rezó una oración mientras otros vecinos dejaban flores o velas en homenaje a lo que el pasado 19 de septiembre desapareció.