SAO PAULO (AP) _ Al otro lado del cruce elevado cubierto de pintadas y las vías del tren subterráneo, en un barrio pobre rodeado de rascacielos, Gabriela Aparecida, de 8 años, se acomoda el pelo rizado en un moño mientras espera por un aventón a su nueva actividad favorita: ballet. La delgada niña atraviesa la entrada hacia el sucio callejón para abrazar a la voluntaria de la iglesia que la llevará a su clase de baile.
Gabriela, quien ha crecido entre comerciantes de drogas y adictos, aún tiene que aprender a leer. Pero ella y otras niñas de un duro barrio conocido como “cracolandia” están aprendiendo el agraciado arte por cortesía de un grupo de una iglesia local que también les ofrece comida, asesoramiento y estudios bíblicos. La clase es parte de varios grupos en los que jóvenes bailarinas esperan llamar la atención de una respetada bailarina brasileña que recluta a docenas de niñas necesitadas para un taller anual.
Dos veces por semana, más de 20 niñas de entre 5 y 12 años se suben a una camioneta Volkswagen y viajan 10 minutos a su clase, donde se visten con mallas rosadas o negras y zapatillas de ballet donados por una tienda de artículos de danza.
En un día reciente, la instructora Joana Machado tocó una alegre melodía de flautas y piano. Sentadas en el piso, las niñas formaron un círculo con las piernas estiradas hacia adelante. Flexionaron los pies y estiraron los dedos hacia el piso, una y otra vez, mientras Machado corregía la forma de las más pequeñas.
El tiempo dedicado a la gracia y el control es muy distinto al que pasan en su día a día. Muchas son criadas por padres que están en recuperación o son adictos a las drogas, algunas viven con parientes vendedores de drogas o han sido abandonadas y albergadas por vecinos. Algunas han experimentado violencia.
Las niñas que crecen en favelas tienen más probabilidades de quedar embarazadas en la adolescencia, y el más reciente censo de 2010 halló que la tasa de analfabetismo era dos veces más alta en los barrios pobres que en otras áreas de Brasil.
“Vemos toda clase de historias aquí, desde niñas que no se han bañado en días, que no saben cómo cepillarse los dientes, que pasan todo el día encerradas en sus casas”, dijo Machado, instructora y directora del proyecto. “Siempre me siento responsable por sus vidas, siempre me preocupa lo que pueda sucederles”.
Machado acaba de abrir un estudio llamado “Casa de Sueños” en el vecindario, reubicando la clase de una zona más comercial de Sao Paulo. La misma Machado fue criada por una persona drogadicta, quien luego se recuperó, en el nororiental estado de Bahía.
La bailarina de ballet Priscilla Yokoi, cuyas presentaciones la han llevado a 15 países que incluyen Estados Unidos, visitó recientemente al grupo y eligió a cinco niñas para el taller anual en el que 150 niños de escasos recursos pueden tomar cuatro días de clases con bailarines extranjeros y presentarse en un espectáculo en octubre. La escuela a la que va Gabriela no admite niños, pero otros grupos que visitó Yokoi sí.
Recientemente Yokoi visitó otro barrio miserable en Sao Paulo donde una
audición en una cancha de basquetbol atrajo a unos 40 bailarines y decenas de curiosos. Algunas de las niñas que toman clases en un estudio local se sentaron en el piso de concreto mientras Yokoi buscaba los pies con las mejores puntas.
En el taller en Paulinia, una ciudad al norte de Sao Paulo, Yokoi lleva a especialistas en detectar buenos bailarines para la única escuela que opera el prestigiado Ballet Bolshoi fuera de Rusia. Yokoi dijo que
quería ampliar esfuerzos como el de la escuela Bolshoi, que abrió en el 2000 en la ciudad sureña de Joinville y acepta sólo a unas pocas estudiantes cada año.
“La manera en la que veo el ballet en estos lugares necesitados es que le da a los niños
esperanza. Hacen una audición, participan en un taller y están más motivados”, dijo Yokoi. “Veo el proyecto como una ventana