Jesus "Chuy" Guzman, Nati Cano y Sergio "Checo" Alonso  en La Fonda Restaurant

 

El auge de la fama del Mariachi Los Camperos coincidió con las tensiones sociales de los años 60, una era cuando los estereotipos y racismo cultural significaban un fuerte obstáculo para Natividad “Nati” Cano y su grupo. El tuvo que luchar contra estas corrientes que a menudo iban en contra de los inmigrantes mexicanos. En una entrevista con Daniel Sheehy, director y curador de las Grabaciones Folkways del Museo Smithsonian, Nati recordó los carteles que colgaban de las ventanas de cantinas, los cuales leían, “NO SE PERMITEN mujeres, hombres en uniforme, limosneros, vendedores ambulantes, mariachis y perros”. A pesar de esto, Nati utilizó las tensiones raciales de las que fue testigo en la sociedad como un motivador en su propia búsqueda de aceptación general al mariachi como un arte. Los obstáculos que enfrentaría Nati en su propio camino también salieron de una fuente inesperada: la misma comunidad de mariachis.

Yo me uní a Mariachi Los Camperos en 1997 y tuve la oportunidad de pasar muchas horas en conversaciones privadas con Nati. “Sergio”, me dijo una vez, “acepto ser controversial si es que ayuda levantar el mariachi a otro nivel”. La visión de Nati para los Camperos lo separó de los demás. El detestaba el conformismo y la actitud indiferente en la comunidad de mariachi que eran aceptadas como comportamiento normal para los músicos. El expresaba claramente su descontento con los colegas que se presentaban intoxicados ante el público o que se comportaban de manera vergonzosas. Nati creía firmemente que sus músicos debían comportarse con orgullo, dignidad y respeto. Que debían llegar a sus presentaciones a tiempo (si no es que más temprano), habiendo practicado muy bien, bien peinados y siempre portando atuendos limpios. Nati estaba firmemente comprometido con romper y desafiar los estereotipos negativos asociados con la subcultura del mariachi. Para él, lograr esto significaba tener control absoluto y liderar con un puño de acero.

Nati se ganó la reputación entre los músicos de mariachi de ser excesivamente estricto y alguien que demandaba mucho. El insistía en la disciplina, el compromiso y la obediencia, y tenía muy poca paciencia con los errores y la insubordinación. En su insaciable búsqueda por la perfección, Nati nos empujaba constantemente a ser mejores y trabajar más duro, a menudo dando fuertes pisadas con sus pies en el escenario en una rabieta de frustración cuando algo no iba bien o no sonaba de la forma que él quería. Los ojos y los oídos de Nati estaban atentos a cada aspecto del grupo, y hasta las indiscreciones infrecuentes fuera del escenario pocas veces se le escapaban. En una pared de La Fonda colgaba una pintura tenebrosa, de tipo fantasmal de una mujer guelaquetza con ojos oscuros misteriosos que veían hacia nosotros en el escenario mientras tocábamos. A menudo chistábamos que Nati se paraba detrás para echarnos un vistazo. Si alguien empezaba a jugar en el escenario, le advertíamos, “¡Aguas con la mona!”, para recordarle que Nati estaba viendo. A veces le temíamos, pero también queríamos complacerlo desesperadamente.

Nati enfrentó oposición de músicos que no compartían su visión y que no aceptaban sus decisiones. Para Nati, tu estabas con él o en su contra y esa creencia a menudo se extendía a sus relaciones con personas fuera del negocio y su grupo. Lo consideraban testarudo, orgulloso e irracional–atributos que alejaban a músicos de su grupo y a otros fuera de su vida completamente. Muchas de sus relaciones más cercanas iban y venían en fases temporales. Tan pronto como alguien era tenido en gran estimo, recibiendo las recompensas de su atención, igual de rápido caían en desaprobación.  Nati podía ser opaco y a veces el blanco de sus atenciones no sabía por qué había salido de su agrado. “No se preocupen cuando les reclame o los regañe, preocúpense cuando lo deje de hacer”, decía él. Nati sospechaba de los motivos de la gente y siempre estaba atento a no ser usado. Era un hombre generoso, pero rápidamente dejaba de serlo si consideraba que alguien estaba tomando ventaja de él–algo que cierto o no, él creía frecuentemente.

Los motivos detrás de algunas decisiones de Nati no siempre eran algo que entendíamos inmediatamente, y a dónde nos llevaban. Sin embargo, en muchas de estas instancias, los caminos en que viajamos con sus decisiones nos terminaron revelando el líder y amigo brillante y magistral que podía ser.

Una mañana soleada hace algunos años durante el Encuentro Internacional del Mariachi y La Charrería en Guadalajara, cientos de mariachis de varias partes del mundo habían viajado a México para el evento, se congregaron en una plaza frente a El Expiatorio para una sesión fotográfica. Todos los grupos tenían un día largo de presentaciones frente a ellos, así que los organizadores del evento habían arreglado que cada músico recibiera un desayuno en caja a su arribo. Al ver a los músicos enfrentando problemas con su comida en la plaza, sentándose en la cuneta y las escaleras, poniendo sus sacos e instrumentos en el suelo al lado de basureros, Nati nos ordenó que no nos quitáramos nuestros sacos y nos prohibió agarrar el desayuno. Nuestros colegas se dieron cuenta y nos hicieron chiste, diciendo que nuestro jefe era un ridículo al no dejarnos comer. Teníamos hambre, estábamos avergonzados y muy molestos con Nati por no dejarnos comer y por exponernos al ridículo. Luego de la sesión de fotografías, nos subimos al autobús y nos fuimos al Hotel de Mendoza donde Nati estaba hospedado. Para nuestra sorpresa, fuimos recibidos con café, pan dulce y hasta una botella de tequila por camareros que nos guiaron a una mesa para 12 personas en el lujoso comedor del hotel.  “Bienvenidos Camperos, los estamos esperando”. Sin nosotros saberlo, mientras nosotros estábamos frustrados con Nati, él había llamado por teléfono al hotel y arreglado el desayuno formal para nosotros. “Esto es ser Campero. Se lo merecen porque se lo han ganado”, dijo Nati. 

Antes que Nati pudiera probar al mundo que la tradición de mariachi merecía respecto, él tenía que convencernos de esto. No era suficiente para nosotros simplemente representar algo diferente, teníamos que ser diferente. Sus altas expectativas y duro amor para nosotros dentro y fuera del escenario no eran arbitrarios. Eran parte de una visión más amplia para inspirarnos, a nuestra audiencia y a nuestros estudiantes de VIVIR sus estándar de lo que debía ser un mariachi. Esa vida viene con sacrificio. Nati lo vivió  y nosotros lo vivimos con él. Nos enseñó el honor de ser un mariachi y la responsabilidad que viene con ser un Campero. Con su ejemplo, nos comportamos con “Orgullo, dignidad, y respeto”– el lema de Nati para su música.

El 28 de Agosto, durante el Encuentro de Mariachi y La Charreria en Guadalajara, él tuvo la oportunidad de pasar tiempo con sus muchachos. Nati nos invitó a uno de sus restaurantes favoritos, El Abajeno, en la ciudad de Tlaquepaque. Después de una tarde de comida, bebidas y música en vivo, Nati recibió la cuenta y dijo “El dinero que pague me vale. Lo que yo me voy a llevar son estos recuerdos. Esto es lo que yo quería y ojalá que nunca se acabe esta convivencia”. Fue la última vez que Nati estuvo con sus Camperos. 

Nati deja un legado de ser un verdadero artista. Desde el Palacio de Bellas Artes hasta Carnegie Hall, Maria Los Camperos viajaron por todo los Estados Unidos y el mundo, llevando la música de mariachi a nuevas audiencias y abriendo puertas para que otros grupos hicieran lo mismo. Nati dio la bienvenida a las mujeres dentro de los mariachi, una tradición que históricamente había sido reservada para hombres. 

También deja un legado empresarial. En una industria musical quisquillosa que une el apoyo a los conjuntos musicales a una vida basada solamente en el éxito comercial, él guió a su organización por más de cinco décadas.   

“El camino hacia la perfección siempre está en construcción,” decía él siempre. “¿Hacerme para atrás? Ni para agarrar impulso.” Su compromiso con sus ideales eran inquebrantables y era religiosamente leal a sus creencias. El nos deja sin haber abandonado ese camino que inició hace más de cinco décadas. Aun con las muchas fuerzas que trabajaban contra él, no se quebró ni sucumbió ante los vientos del momento. El FUE la ola de nuestra cultura y ya que lo conozcan todos los mariachis y aficionados de hoy en día o no, la presencia orgullosa, profesional y bien arreglada de sus conjuntos es el resultados de la corriente que él creó.

Ahora decimos adiós a Nati de la manera más apropiada: con las mismas palabras que él usaba al concluir nuestras presentaciones, “Nunca decimos adiós si no “hasta la vista”. . . Hasta la vista Chief.