Kris Millan, en una foto con el equipo de lucha del Colegio del Este de Los Angeles.

 

A veces el sueño de un entrenador no es el atleta mejor dotado que tiene a su cargo, no con un talento tan enorme, que no hay nada que enseñarle.

A veces es alguien como Christopher Anthony Millan–conocido como Kris–quien se enamora de un deporte y quiere hacerlo bien, y se embarca en una travesía quijotesca para lograrlo.

La lucha era esa travesía para millan. Primero lo intentó en la secundaria Chatsworth y esperaba continuar en el Colegio del Este de Los Angeles. Sus entrenadores, Jaxael Rizo, Alfonso Valdez y Ralph Valle, cada uno vio la tenacidad y compromiso de Millan e intentaron ayudarlo en su cometido.

Pero ninguno anticipó este final.

El 24 de julio, Millan manejaba en dirección oeste sobre la autopista 118 cuando su auto Honda de dos puertas fue impactado por detrás en un accidente que involucró tres vehículos. El auto de Millan chocó y el tanque de gas explotó, prendiendo el vehículo en llamas. Millan no tuvo tiempo de escapar. Su cuerpo se calcinó por completo; su identidad se confirmó después a través de récords dentales.

Tenía 19 años.

El 16 de Agosto se llevó a cabo su funeral en el cementerio Forest Lawn de Hollywood. Sergio Millan, uno de sus tíos, indicó en su eulogía que su

sobrino–el tercero de los cinco hijos de Fermin y Sylvia Millan–“no se iba a conformar con el estereotipo de un hijo de en medio, o de ese Soñador que sueña con cruzar fronteras sangrientas, o ese amante de los árboles ante la sequía severa en California. Era un niño destinado a ser

alguien porque parecía entender que la vida no era sobre cosas complejas, sino simples. Había tantas cosas buenas en él. Era gentil y valiente, reservado y muy cariñoso, sabio aunque al mismo tiempo no sabía que su vida sería cortada tan pronto”.

La pérdida que sienten sus amigos ante su deceso es incalculable. “Kris…era uno de los mejores tipos que he conocido”, dijo Josue Medina, un

estudiante de Chatsworth que estaba en el mismo equipo de lucha que Millan. “El me ayudaba con la tarea. Cuando me uní al equipo de lucha, me mostró cada movimiento que conocía…como compañero era muy competitivo. Se ponía una meta y la cumplía. En la lona, era muy suave”.

Los entrenadores también sienten una pérdida personal; todos lo querían. 

Valdez fue el entrenador de Millan en sus primeros dos años en el equipo de lucha de Chatsworth. “Era muy callado, muy humilde; sin problemas, un chico que se acomodaba a todo”, dijo. “Muy tímido, muy introvertido. Pero era uno de esos chicos que trabajaba. Cualquier cosa que le dijeras–‘debes  estar a tiempo, temprano’ –él lo hacía”.

Rizo, quien ahora es entrenador en Poly, era un entrenador antes en Chatsworth. “Cuando lo vi por primera vez noté todo el potencial y cometido que tenía”, dijo. “Se entrenaba en la arena para luchar. En la lucha necesitas estamina, fuerza, habilidad y un cometido mental. Y él tenía corazón. Sólo seguía adelante”.

Valle, el entrenador de ELAC, se rió cuando Millan le dijo que quería ser un luchador universitario de División I. Eso nunca ocurriría, le dijo. Pero Millan sería parte del equipo de ELAC. Y a pesar de su inexperiencia y falta de técnica, Valle admitió que eso podía ocurrir. “No tenía miedo y tenía  mucho corazón”, dijo el entrenador. “Nunca se perdía un entrenamiento. Tenía potencial. Yo quería trabajar con él”.

Lo que impresionó a Valle fue la dedicación de Millan a la escuela. Antes de subirse a su carro, Millan salía de Chatsworth a las 4 a.m. para tomar tres líneas de Metro y un autobús y poder llegar a su primera clase en la escuela a las 7:30 a.m.. Luego tenía la práctica de lucha en la tarda y después tomaba una clase por la noche. A veces llegaba a su casa pasadas las 11 p.m. 

“Por eso me dio gusto cuando tomó ese carro”, dijo Valle.

Un pensamiento que ahora aturde a Valle, y a todos los amigos y familiares de Millan.